Efemérides 2010 - un obituario

Este sitio se llama "Efemérides del Yayo" porque él solía escribir un recuento de los eventos más sobresaliente del día en cuadernos engrapados que llegaron a sumar varias docenas. Esto ha de ser el equivalente de 20 años de efemérides o más.

Al final de cada año los periódicos y revistas de todo el mundo presentan un resumen de los acontecimientos del año, incluyendo un obituario. Este final de año habría aparecido una nota sobre el sensible fallecimiento del Lic. Carlos Athié Carrasco, acaecido el 8 de enero de 2010, uno de los primeros del año. Si sus deudos hubiéramos sido suficientemente diligentes, el obituario del Yayo hubiera mostrado algo parecido a lo que sigue.



Don Carlos nació de padres extranjeros en una de las épocas más turbulentas de México. No tenía 2 años cuando aconteció la decena trágica en la que murieron miles en la Cuidad de México y sus alrededores entre contrincantes revolucionarios y civiles. En ausencia de su marido, quien salía con frecuencia a cuidar sus haciendas en el estado de Hidalgo, la abuela Manuela, madrileña de nacimiento, quedaba al cuidado de la casa y de la prole. El abuelo Alejandro era ciudadano libanés, en ese momento parte del Imperio Otomano. Cuando el abuelo salía de viaje le dejaba a su mujer una carabina e instrucciones de izar en casa la bandera otomana para mostrar que la familia no tenía filiación con ninguno de los bandos en conflicto. Hubo circunstancias en las que la bandera era desconocida por algún visitante con malas intenciones, por lo que la abuela tuvo que recurrir a la carabina e invitar con ella al intruso a retirarse.

Con estos antecedentes cabía suponer que la vida del Yayo no sería fácil. Sin embargo, sus buenos principios y su tesón característico hicieron que saliera adelante frente a conflictos y dificultades, así como para sacar ventaja de las oportunidades que se presentaron para llevar una vida de provecho.

Una de sus mayores satisfacciones en su infancia era ir a la hacienda del abuelo para montar caballo, comer viandas campesinas y enterarse del quehacer de la propiedad: la producción de cal y pulque, la siembra y comercialización de los cultivos del abuelo, y el trabajo de los peones en tierras prestadas. Tanto le gustaba esa vida que quiso dedicarse a la gestión agrícola, mas no pudo ser. Las tensiones entre revolucionarios y terratenientes llegaron a tal punto que los primeros encontraron la forma de expropiar las tierras mayores (y las del abuelo eran muy mayores) expulsando a los dueños con amenazas y una vaga promesa de compensación. La compensación que merecía el abuelo fue recibida por los deudos – aunque en forma muy parcial – después de 80 años de litigio. Tan improbable era la recompensa que los nietos de Alejandro dieron por llamarla “El Trenecito de la Ilusión”.

Como no podía ser agricultor, que era la dedicación favorita del padre, el Yayo optó por las leyes, la carrera que el abuelo Alejandro había hecho en la Universidad de San José en Beirut muchos años antes. Como abogado Carlos ejerció derecho de todos los tipos: civil, criminal, laboral, y hasta canónigo. Como su padre le retiró la “canasta” por alguna diablura juvenil, trabajó desde los 15 años en muchas cosas y luego, a media carrera, empezó a probar la práctica de abogacía que se le dio muy bien.

Al Yayo no le faltaba el espíritu aventurero. Se mudó a Chihahua con su esposa Luz María y su hija Marilú donde los Yayos, tuvieron a Mauricio. Como los asuntos del despacho estaban un poco flojos, junto con un par de amigos buscaron tesoros en la Sierra Madre con ayuda de un manual italiano de radiestesia. No encontraron gran cosa pero el Yayo hizo amistades que le duraron toda la vida. A la casa Carlos no llevó más tesoro que algún tejón que, dudando que fuera comestible, hizo el experimento de prepararlo en fricasé pero nunca lo probó. A la Yaya le pareció el tejón duro y con un sabor fuerte y desagradable.

Continuó esta forma de experimentación – usando a otros para probar sus hipótesis al estilo de Hahnemann – cuando después se dedicó parcialmente a la homeopatía, con la que tuvo mucho éxito entre propios y extraños, y a la que defendía a capa y espada. Cuando alguien criticaba las bases o la práctica de la homeopatía, Yayo respondía que con ella había curado a bebés de cólicos y otros males propios de la infancia y a cerdos de fiebre porcina. En ambos casos, argumentaba, no es posible pensar que la mejoría podía ser por efecto placebo pues ambos, bebés y animales, no podían tener fe en el remedio ni discernir sus posibles resultados. La lógica no siempre va de la mano con la ciencia.

De regreso a México los Yayos tuvieron otros bebés que cuidaron y educaron con tanto esmero y cariño como a los primeros: Juan Ignacio, Rosario y Marcela. Todos merecen un espacio mayor del que este blog dispone así que nos concentraremos por ahora en el Yayo.

Compartió su despacho de abogado con amigos y con alguno de sus hermanos y en ocasiones trabajó en forma independiente. Trabajó en una empresa privada ayudando a vender locomotoras diesel-eléctricas, pero su labor principal la ejerció en el sector público. Estuvo muchos años en el Instituto Mexicano del Seguro Social, resolviendo casos difíciles de asegurados y ayudando a viudas desprotegidas, y en el Consejo Tutelar de Menores Infractores. Al final de su carrera trabajó en La Mitra preparando casos y resolviendo sobre anulaciones y otros asuntos relacionados con el Derecho Canónigo.

Yayo decía que de todos los lugares donde había trabajado lo habían corrido. Posiblemente la verdad no sería estrictamente como él la relata y, aunque a varios jefes no les acomodaría su estilo independiente y severo, tuvieron que admitir que él fue siempre un trabajador ejemplar. Enemigo de buscar activamente la avenencia con sus superiores y compañeros de trabajo, fue siempre muy generoso con el amigo o pariente necesitado sin importar si era cercano, lejano o político.

El Yayo se jubiló por tercera y última vez a los 88 años, y a regañadientes, pues según él aún estaba muy fuerte y con una gran capacidad de trabajo – preparando y resolviendo más casos que todos los demás abogados juntos.

Don Carlos Athié Carrasco falleció tranquilamente en su casa durante una pausa en su conversación. Con toda su ferviente actividad el Yayo siempre se dio tiempo para pausa y reflexión, hasta el final.



domingo, 26 de diciembre de 2010

viernes, 2 de octubre de 2009

Fotos de la fiesta del 26 de Septiembre de 2009

El Yayo leyendo sus "efemérides" en la computadora

Mayra leyendo su "cuento" al Yayo


Yayo e hijos junto a San Charbel en la Iglesia de San Antonio




domingo, 27 de septiembre de 2009

Bkassine

El tio Fuad de Bkassine con Mauricio

Este es Bkassine en Líbano, el pueblo del abuelo Alejandro